Introducción: Causa de disturbios y enfermedades, así es como estamos acostumbrados a considerar el estrés, una condición casi inevitable, el precio impuesto por los ritmos de la vida moderna que la sociedad nos impone.
Sin embargo el estrés caracteriza la experiencia vital de todo organismo viviente, y dentro de los límites de la soportación, es también un estímulo positivo, la “sal” de la vida.
Podemos definirlo como un “estado continuo de alerta”, estado que de por si no es patológico, sino es un fenómeno fisiológico natural: es el factor que nos incita a encontrar un equilibrio entre las continuas solicitaciones del mundo interno y externo, en relación a la historia personal y a las propias expectativas. Esto hace desencadenar dentro de nosotros los mecanismos neuroquímicos que vuelven a nuestros sentidos más receptivos, refinados, listos a evaluar cualquier situación circunstante y a responder adecuadamente a los estímulos y requerimientos del ambiente.
La vida misma es una condición de continua tensión en la que las adversidades y los eventos desagradables imponen una continua labor de adaptación y readaptación. En este sentido el estrés adquiere un valor vital, de tutela de la vida.
Pero, como puede un mecanismo creado para garantizar la supervivencia, llegar a amenazar tan gravemente nuestra vida?